martes, 21 de febrero de 2012

Morin y Hessel: optipesimistas y ambiciosos

Edgar Morin & Stéphane Hessel


Falta un pensamiento político que reflexione sobre la crisis profunda de nuestro siglo. Estamos en una crisis que no es sólo económica, demográfica, ecológica, moral. Es una crisis de civilización, una crisis de la humanidad. Si no pensamos en este marco, estamos condenados a la impotencia. Hay que pensar en otra vía, lanzando reformas múltiples, hay que preparar un nuevo camino.
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Se creyó que el hundimiento, la implosión del comunismo, tanto el soviético como el maoísta, era el fin de las ideologías. Y el neoliberalismo se presentó como la respuesta realista y concreta a los problemas contemporáneos, olvidando, o enmascarando, que se trataba también de una ideología, según la cual las leyes del mercado podían resolver los problemas del ser humano. La gran conquista de estos últimos años es que hemos comprendido que se trata de una ideología que se pretendía ciencia. Hoy hay que pensar más allá.
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El capitalismo no es eterno, pero tampoco está muerto, se transforma. Y ha adoptado formas perversas con la especulación financiera. En estos momentos, el capital financiero aterroriza a los estados e impone la austeridad a los pueblos. Hay que poner límite a su omnipotencia. Pero hay un capitalismo de empresa que puede continuar. Pienso que es posible impulsar una economía que rechace la hegemonía del beneficio a toda costa, una economía social y solidaria, una economía justa. Es necesario desarrollar una agricultura y una ganadería ecológicas, humanizar las ciudades, revitalizar el campo… Y el Estado debe asumir un papel de inversor social
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Tenemos un ejemplo histórico en la gigantesca crisis de 1929. Todos los esfuerzos de austeridad que se hicieron en Francia fracasaron. En Estados Unidos, el presidente Roosevelt apostó por una reactivación económica a través de la financiación de grandes obras y proyectos. Hoy hay de nuevo la posibilidad de estimular la economía con grandes trabajos necesarios para la vida de los ciudadanos. La austeridad asfixia la economía, hace crecer el paro, los ingresos fiscales disminuyen, y con ellos, los recursos del Estado, lo que lo incapacita para devolver la deuda.
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Europa, en el fondo, no ha conseguido un mínimo de unidad política, de verdadera unidad económica. Se creyó que el euro bastaba y hoy nos damos cuenta de que hay que ir hacia la unificación fiscal. Europa está en crisis, porque no hay unidad política. Es necesaria una regeneración. Hay que superar el actual estado de parálisis. Pensar en un relanzamiento de Europa, con políticas económicas y ecológicas comunes. Y superar el pensamiento neoliberal. Mantenerse en el marco de este pensamiento único conduce a la impotencia, al caos y a la convulsión.
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En la historia, las grandes transformaciones nacen de desviaciones. Esos polos de transformación están ahí, pero están aún dispersos, hay que ligarlos, alentarlos. Hay que hacer comprender que es a través de un conjunto de reformas en todos los campos como se puede crear la nueva vía. Y devolver la esperanza.
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No somos ni optimistas ni pesimistas. Pienso que este tipo de categorías binarias son falsas. Un optimista eufórico, cuando ve que la realidad no responde a sus deseos, se convierte en el peor de los pesimistas… Yo soy un optipesimista, es decir, pienso que lo probable, lo más probable, es que los acontecimientos nos conduzcan a la catástrofe. Pero pienso también que en la historia siempre ha existido lo improbable y que se han producido acontecimientos felices. Y a eso apuesto. Por eso hablo de esperanza. La esperanza no quiere decir que todo vaya a ir bien, sino que es posible. Si nosotros contribuimos, si actuamos, quizá tengamos la oportunidad de encontrar la buena vía. Eso es la esperanza.


La protesta es un principio, necesario, pero un principio. Hay que despertarse, tener ganas de que las cosas cambien. Pero después ha de venir una reflexión sobre los cambios que son necesarios.
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Sería un error hacer creer a los ciudadanos que se indignan que los partidos políticos son impotentes. Al contrario. Vivimos en democracias que sólo pueden cambiar de orientación si los grandes partidos políticos son animados por los ciudadanos. A quienes se indignan hay que decirles que no se queden fuera del funcionamiento institucional del país. España, o Francia, necesitan partidos políticos, pero hace falta que esos partidos sean animados por ciudadanos valientes y ambiciosos. No hay que dejar que los partidos pierdan su ambición, que se preocupen sólo por tomar el poder y renuncien a transformar la sociedad. Hoy, allí donde voy, veo el riesgo de que los indignados se queden fuera del juego político. Y así se marginalizan.
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Yo no quiero limitarme a la idea del optimismo. Nosotros somos ambiciosos. He ahí la diferencia. Los optimistas piensan que las cosas ya se arreglarán, los pesimistas piensan que no hay nada que hacer… Y luego están los ambiciosos. Y yo creo que la ambición es un producto de la resistencia. Cuando uno ha sido resistente en su vida, y nosotros dos lo hemos sido en un momento dramático de la historia de Europa, se conserva la voluntad de crear algo mejor. La resistencia es creadora.

Fragmentos de la entrevista conjunta realizada a ambos y publicada en El Magazine, de La Vanguardia.

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