lunes, 2 de abril de 2012

El deseo de caminar


Flight to the Upright  (2011) de Andy Kehoe

La verdad es que hoy en día no somos, incluidos los caminantes, sino cruzados de corazón débil que acometen sin perseverancia empresas inacabables. Nuestras expediciones consisten sólo en dar una vuelta, y al atardecer volvemos otra vez al lugar familiar del que salimos, donde tenemos el corazón. La mitad del camino no es otra cosa que desandar lo andado. Tal vez tuviéramos que prolongar el más breve de los paseos, con imperecedero espíritu de aventura, para no volver nunca, dispuestos a que sólo regresasen a nuestros afligidos reinos, como reliquias, nuestros corazones embalsamados. Si te sientes dispuesto a abandonar padre y madre, hermano y hermana, esposa, hijo y amigos, y a no volver a verlos nunca; si has pagado tus deudas, hecho testamento, puesto en orden todos tus asuntos y eres un hombre libre; si es así, estás listo para una caminata.
                                                                                          Henry David Thoreau, Caminar


En las sociedades industrializadas, es evidente, hemos perdido la tierra. Debemos situar esta nueva percepción, [...] , con el intento de replantear una nueva dependencia fisiológica, pero que al tiempo es ética, estética y productiva para con la tierra – y la Tierra-. [...] en la estela de Weber e incluso de Deleuze y el Situacionismo, [...], frente a una sociedad petrificada, reducida a diversos circuitos fijos, excesivamente rectos, pulidos y ordenados, y demasiado previsibles y (tele)dirigidos, una sociedad también sin cuerpos y sin distancias, se está reivindicando una dimensión nomádica de la existencia  - en el principio, recordémoslo, está el errar y la errancia-  en donde lo orgánico vuelva a ser, de nuevo, un modo de (con)fluencia  - diríamos incluso plástica- con el mundo.  

Nuestro mundo industrializado se ha vuelto demasiado terso y apresurado como para que podamos instalarnos en una mínima perspectiva. Caminar significaría volver a plantearse movimientos en direcciones diferentes, locas, imprevisibles, pequeñas, volver a salvar obstáculos y al cansancio real, a las detenciones y los descansos, las emociones y el dinamismo que transitan y fatigan un cuerpo, un campo, una calle o un paisaje. Pues no sólo hemos perdido la tierra, también el afuera.
 [...]
para Nietzsche, por ejemplo, la filosofía no era otra cosa que poder pensar al aire libre. El cumplimiento, en definitiva, de un claro instinto de itinerancia en que a través del cuerpo, y no sólo de la cabeza, el pensador iría buscando su geografía, su clima particular, su aire puro: su tipo específico de salud: el entorno de su inteligencia. Robert Walser, gran caminante, estaba convencido, como Nietzsche, de que sin los paseos “no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema”. Kierkegaard ya nos aconsejaba no perder nuestro deseo de caminar. Caminando, decía, había tomado contacto con sus mejores ideas, “pero cuando te quedas quieto, y cuanto más te quedas quieto, más próximo estás a sentirte enfermo…De modo que si caminas sin parar, todo te saldrá bien”.
 [....] 
hay como una íntima y muy intensa relación entre el advenimiento de la palabra, o de la prosodia, o de la misma experiencia del pensar y el paseo, en la medida en que ambos están sustentados en un ritmo, un marcaje o una cadencia temporal, un trazado que interviene irremisiblemente sobre todo nuestro organismo, que nos afecta en lo más íntimo. Excitación y rítmica del camino que muchos poetas, artistas y pensadores han aprovechado.

Tan estrecha ha sido la relación entre el camino y la creatividad que el propio caminar se ha llegado a considerar una obra, en el arte contemporáneo, tal vez incluso ya desde las experiencias del dadaísmo y los surrealistas y, desde luego, las derivas situacionistas. Debord y compañía vieron muy claro el componente liberador del acto de dejarse llevar por las exigencias del terreno y los encuentros ocasionales. La deriva situacionista pasaba también por una extrema atención a las variaciones psicológicas en relación con un entorno recorrido. 

Woman is Walking over a Nighty Street (1929) de Ernst Ludwig Kirchner

Hay, para empezar, la adquisición de una especie de potencia extrema al contacto con el mundo vivo, cambiante, tornasolado del camino. Una potencia que tiene que ver con todo un mundo de decisiones: pasar al acto, tocar lo real, confundirse con el paisaje o la multitud, devenir imperceptible: ver el mundo, como sugería Baudelaire, estar en el centro del mundo y, no obstante, permanecer oculto al mundo.

Todo esto se halla en relación, también, con la pura alegría del agotamiento, con la libertad máxima de lo que fluye sin vocación de perpetuarse. Hay incluso, como apuntara Walter Benjamin, una suerte de ebriedad del caminar: sólo en esa embriaguez tenía lugar para él el encuentro desconcertante entre nuestra presencia física y la propia acción del tiempo histórico. He ahí una dialéctica, que el pensador alemán estudió de mil maneras, y que tiene ver con la específica resistencia del sujeto, con su precaria experiencia a cuestas remodelándose sin tregua. Una soledad frágil, versátil y permeable de cuya precariedad se pueden sacar nuevas fuerzas, y es éste el giro que permite ver en la errancia un modelo, precisamente, de argumentación y de acción para el arte. 
  [...]
El hombre que marcha o camina no está, desde luego, huyendo, ni se pierde con gusto caprichoso en el laberinto socio-urbano. En cierto modo, pierde su habitus – ese revestimiento o corteza que protege a los árboles de la intemperie- y se mimetiza con el entorno, lo palpa y lo recorre orgánicamente, lo vuelve más efectivo y real, pero lo hace de una manera muy particular, acercándose y alejándose, viviendo en el medio, en la sucesión de las conexiones y los cambios de dirección. Transitando al tiempo por lo periférico, lo más minúsculo y singular y eso que Rilke llamara lo abierto, lo cósmico o y la intimidad de la más remota lejanía. Todo esto puede tener que ver con lo que Jacques Rancière ha definido como un sentido común disensual.
  
 Extracto de la entrevista a Alberto Ruiz de Samaniego, publicada en el blog Tormenta de Ideas


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